El Museo de Ciencias Naturales de Londres quiere que se reconozca al biólogo Alfred Russell Wallace a la par que el evolucionista Darwin, ya que descubrió la evolución años antes que éste último
Abriéndose paso entre helechos que casi lo tapan y mariposas del tamaño de platos, George Beccaloni llega a la cima de una colina en la selva junto al Mar del Sur de la China en busca de un científico olvidado de la era victoriana.
Encuentra lo que busca: un hospedaje de dos pisos abandonado, sin puertas, con el techo derruido.
''Este es el lugar'', exclama.
Se cree que fue ahí, en una desaparecida choza de techo de paja, donde Alfred Russel Wallace pasó varias semanas en 1855 escribiendo un trabajo precursor sobre la teoría de la evolución.
Sin embargo, es un virtual desconocido fuera de los círculos científicos, desplazado por Charles Darwin, a quien la mayoría de la gente considera el padre de una teoría que explica el origen de la vida y la evolución de plantas y animales.
En el bicentenario del nacimiento de Darwin, historiadores y científicos redescubren a Wallace. Sus trabajos generan debates sobre su aporte preciso a la teoría de la evolución y si el mundo espiritual cumple alguna función en ciertos aspectos de la selección natural.
El británico Beccaloni, biólogo del Museo de Ciencias Naturales de Londres, se ha impuesto la misión de devolverle a Wallace el lugar que él considera le corresponde en la historia. Junto con su compatriota Fred Langford Edwards, un artista que prepara un proyecto audiovisual sobre Wallace, está reproduciendo la gira de Wallace por el sureste asiático, un viaje que le tomó ocho años.
A diferencia de Wallace, Darwin dedicó veinte años a elaborar su teoría de la selección natural y tenía muchas más pruebas con que respaldarla cuando la presentó en su obra cumbre, ''El origen de las especies'', publicada hace un siglo y medio.
Pero Wallace había llegado a la misma conclusión antes de que Darwin publicara sus descubrimientos, y Beccaloni sostiene que el mérito de ambos es el mismo.
''Los intereses creados en torno de Darwin han distorsionado la historia'', dijo Beccaloni. ''La gente se concentró en la vida y la obra de Darwin, sin comprender que no estaba solo y hay que situarlo en un contexto''.
Wallace, coleccionista de escarabajos y aves, viajó a Singapur en 1854. Ocho años y 23 mil kilómetros después, regresó a Inglaterra, considerado uno de los biólogos más célebres después de Darwin.
En sus viajes con un ayudante, en los que padeció monzones y malaria, Wallace recolectó más de 125 mil aves, escarabajos y otros animales. Miles de esas especies eran desconocidas en occidente, entre ellas la gigantesca mariposa Ornitopthera croesus de Wallace, de alas doradas.
Mató 17 orangutanes y envió las pieles a Inglaterra, se aficionó a la fruta durian -conocida por sus espinas y fuerte olor- y admiró el carácter e intelecto de los dyak de Borneo.
Pero su aporte mayor a la ciencia fueron sus obras sobre la evolución y la selección natural, escritas en el archipiélago malayo pero basadas en un viaje anterior de cuatro años por el Amazonas.
En 1855 elaboró la ley Sarawak -llamada por el lugar donde escribió el trabajo, hoy un estado de Malasia- en la cual describió la evolución como un árbol con sus ramas. Su argumento a favor de la evolución apareció en una época en que predominaba el creacionismo, la idea de que Dios creó al hombre.
Un año después propuso la existencia de la llamada línea de Wallace después de viajar a las islas de Bali y Lombok, hoy parte de Indonesia. Había observado que las especies de aves eran distintas en cada isla y llegado a la conclusión de que una profunda fosa bajo el mar creaba una frontera entre el sureste de Asia y Australasia.
Dos años después, Wallace elaboró la teoría de la selección natural -o supervivencia de los más aptos- cuando convalecía de malaria en otra isla.
Su teoría y la de Darwin fueron presentadas el 1 de julio de 1858 ante la Sociedad Linneo de Londres. A su regreso a Inglaterra en 1862, Wallace fue acogido en el club de la elite científica que incluía a Darwin, Sir Charles Lyell, Joseph Hooker y Thomas Henry Huxley.
Wallace se convirtió en uno de los científicos más respetados de su tiempo, con 800 artículos y 22 libros publicados en los 50 años siguientes. Fue una voz influyente en el movimiento contra las vacunas, partidario de la reforma agraria y el padre de la biogeografía, el estudio de la distribución geográfica de plantas y animales.
Murió en 1913 a los 90 años de edad. Con los años cayó en el olvido, junto con una larga lista de científicos como el británico Patrick Matthews y el francés Jean-Baptiste LeMarc cuyos aportes a la teoría de la evolución se mencionan apenas en notas al pie.
Beccaloni y otros historiadores de la ciencia sostienen que Darwin protagonizó una conjura para lograr que su trabajo fuese presentado junto con el de Wallace y evitar que éste se llevara toda la gloria. Roy Davies, autor de ''The Darwin Conspiracy'' (La conjura de Darwin) , acusa a éste de robar las ideas de Wallace, aunque otros partidarios de Wallace lo consideran infundado.
Pero Peter Bowler, profesor y estudioso de la evolución en la Queen's University de Belfast, dice que los partidarios de Wallace exageran sus descubrimientos.
Wallace no tenía una teoría acabada ni el cúmulo de pruebas reunidas por Darwin, necesarias para convencer a un público escéptico, dijo Bowler. Entre las pruebas presentadas por Darwin había fósiles y los registros de años de crianza de animales, en tanto Wallace se apoyaba casi exclusivamente en la biogeografía.
También despierta polémicas el apoyo de Wallace al espiritualismo, un movimiento muy popular en la época que realizaba sesiones y creía en la posibilidad de comunicarse con los espíritus de los muertos. Dañó su propio prestigio como científico al sostener que el desarrollo de la mente y ciertos atributos humanos obedecían a una guía por seres espirituales más que a la selección natural, como reconoce Beccaloni.
Por eso Wallace se ha convertido en un héroe entre ciertos cristianos conservadores que se oponen a la enseñanza de la evolución. También apoyaba la teoría del diseño inteligente, según la cual ciertos aspectos de la vida son tan complejos que su creación se debe necesariamente a un poder superior.
Beccaloni gime cuando se habla de estos aspectos de la personalidad de Wallace y señala que éste ni siquiera era cristiano. Los grupos cristianos se ''aferran de lo que pueden'' y los académicos usan el espiritualismo para restar importancia a sus descubrimientos científicos.
En la población malaya de Simunjan, Beccaloni seguía el rastro de Wallace. Usando el célebre libro de viajes de Wallace ''The Malay Archipelago'' (El archipiélago malayo) como una suerte de mapa, siguió una vía férrea abandonada a través de arrozales y plantaciones de palmeras oleaginosas hasta una turbera.
Allí vio trozos de carbón que asomaban de la tierra negra, señal de las minas descritas por Wallace. Fue allí, conjeturó Beccaloni, que su ídolo pasó nueve meses recolectando insectos, descubriendo una extraña rana arborícola y cazando orangutanes.
Pero nadie lo sabría. No había señal alguna que indicara el lugar.
Encuentra lo que busca: un hospedaje de dos pisos abandonado, sin puertas, con el techo derruido.
''Este es el lugar'', exclama.
Se cree que fue ahí, en una desaparecida choza de techo de paja, donde Alfred Russel Wallace pasó varias semanas en 1855 escribiendo un trabajo precursor sobre la teoría de la evolución.
Sin embargo, es un virtual desconocido fuera de los círculos científicos, desplazado por Charles Darwin, a quien la mayoría de la gente considera el padre de una teoría que explica el origen de la vida y la evolución de plantas y animales.
En el bicentenario del nacimiento de Darwin, historiadores y científicos redescubren a Wallace. Sus trabajos generan debates sobre su aporte preciso a la teoría de la evolución y si el mundo espiritual cumple alguna función en ciertos aspectos de la selección natural.
El británico Beccaloni, biólogo del Museo de Ciencias Naturales de Londres, se ha impuesto la misión de devolverle a Wallace el lugar que él considera le corresponde en la historia. Junto con su compatriota Fred Langford Edwards, un artista que prepara un proyecto audiovisual sobre Wallace, está reproduciendo la gira de Wallace por el sureste asiático, un viaje que le tomó ocho años.
A diferencia de Wallace, Darwin dedicó veinte años a elaborar su teoría de la selección natural y tenía muchas más pruebas con que respaldarla cuando la presentó en su obra cumbre, ''El origen de las especies'', publicada hace un siglo y medio.
Pero Wallace había llegado a la misma conclusión antes de que Darwin publicara sus descubrimientos, y Beccaloni sostiene que el mérito de ambos es el mismo.
''Los intereses creados en torno de Darwin han distorsionado la historia'', dijo Beccaloni. ''La gente se concentró en la vida y la obra de Darwin, sin comprender que no estaba solo y hay que situarlo en un contexto''.
Wallace, coleccionista de escarabajos y aves, viajó a Singapur en 1854. Ocho años y 23 mil kilómetros después, regresó a Inglaterra, considerado uno de los biólogos más célebres después de Darwin.
En sus viajes con un ayudante, en los que padeció monzones y malaria, Wallace recolectó más de 125 mil aves, escarabajos y otros animales. Miles de esas especies eran desconocidas en occidente, entre ellas la gigantesca mariposa Ornitopthera croesus de Wallace, de alas doradas.
Mató 17 orangutanes y envió las pieles a Inglaterra, se aficionó a la fruta durian -conocida por sus espinas y fuerte olor- y admiró el carácter e intelecto de los dyak de Borneo.
Pero su aporte mayor a la ciencia fueron sus obras sobre la evolución y la selección natural, escritas en el archipiélago malayo pero basadas en un viaje anterior de cuatro años por el Amazonas.
En 1855 elaboró la ley Sarawak -llamada por el lugar donde escribió el trabajo, hoy un estado de Malasia- en la cual describió la evolución como un árbol con sus ramas. Su argumento a favor de la evolución apareció en una época en que predominaba el creacionismo, la idea de que Dios creó al hombre.
Un año después propuso la existencia de la llamada línea de Wallace después de viajar a las islas de Bali y Lombok, hoy parte de Indonesia. Había observado que las especies de aves eran distintas en cada isla y llegado a la conclusión de que una profunda fosa bajo el mar creaba una frontera entre el sureste de Asia y Australasia.
Dos años después, Wallace elaboró la teoría de la selección natural -o supervivencia de los más aptos- cuando convalecía de malaria en otra isla.
Su teoría y la de Darwin fueron presentadas el 1 de julio de 1858 ante la Sociedad Linneo de Londres. A su regreso a Inglaterra en 1862, Wallace fue acogido en el club de la elite científica que incluía a Darwin, Sir Charles Lyell, Joseph Hooker y Thomas Henry Huxley.
Wallace se convirtió en uno de los científicos más respetados de su tiempo, con 800 artículos y 22 libros publicados en los 50 años siguientes. Fue una voz influyente en el movimiento contra las vacunas, partidario de la reforma agraria y el padre de la biogeografía, el estudio de la distribución geográfica de plantas y animales.
Murió en 1913 a los 90 años de edad. Con los años cayó en el olvido, junto con una larga lista de científicos como el británico Patrick Matthews y el francés Jean-Baptiste LeMarc cuyos aportes a la teoría de la evolución se mencionan apenas en notas al pie.
Beccaloni y otros historiadores de la ciencia sostienen que Darwin protagonizó una conjura para lograr que su trabajo fuese presentado junto con el de Wallace y evitar que éste se llevara toda la gloria. Roy Davies, autor de ''The Darwin Conspiracy'' (La conjura de Darwin) , acusa a éste de robar las ideas de Wallace, aunque otros partidarios de Wallace lo consideran infundado.
Pero Peter Bowler, profesor y estudioso de la evolución en la Queen's University de Belfast, dice que los partidarios de Wallace exageran sus descubrimientos.
Wallace no tenía una teoría acabada ni el cúmulo de pruebas reunidas por Darwin, necesarias para convencer a un público escéptico, dijo Bowler. Entre las pruebas presentadas por Darwin había fósiles y los registros de años de crianza de animales, en tanto Wallace se apoyaba casi exclusivamente en la biogeografía.
También despierta polémicas el apoyo de Wallace al espiritualismo, un movimiento muy popular en la época que realizaba sesiones y creía en la posibilidad de comunicarse con los espíritus de los muertos. Dañó su propio prestigio como científico al sostener que el desarrollo de la mente y ciertos atributos humanos obedecían a una guía por seres espirituales más que a la selección natural, como reconoce Beccaloni.
Por eso Wallace se ha convertido en un héroe entre ciertos cristianos conservadores que se oponen a la enseñanza de la evolución. También apoyaba la teoría del diseño inteligente, según la cual ciertos aspectos de la vida son tan complejos que su creación se debe necesariamente a un poder superior.
Beccaloni gime cuando se habla de estos aspectos de la personalidad de Wallace y señala que éste ni siquiera era cristiano. Los grupos cristianos se ''aferran de lo que pueden'' y los académicos usan el espiritualismo para restar importancia a sus descubrimientos científicos.
En la población malaya de Simunjan, Beccaloni seguía el rastro de Wallace. Usando el célebre libro de viajes de Wallace ''The Malay Archipelago'' (El archipiélago malayo) como una suerte de mapa, siguió una vía férrea abandonada a través de arrozales y plantaciones de palmeras oleaginosas hasta una turbera.
Allí vio trozos de carbón que asomaban de la tierra negra, señal de las minas descritas por Wallace. Fue allí, conjeturó Beccaloni, que su ídolo pasó nueve meses recolectando insectos, descubriendo una extraña rana arborícola y cazando orangutanes.
Pero nadie lo sabría. No había señal alguna que indicara el lugar.
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